martes, diciembre 05, 2006

Odio residual pasteurizado



Caché

"El papel del cineasta es rascar donde duele,
desvelar lo que no se quiere saber ni ver. Pero
de ahí a que sea placentero, no… sería perverso".
Michael Haneke (http://www.golem.es/cache/director.php)

Soy una cinéfila entusiasta. Una de esas personas que no abandona la sala de cine aunque la historia sea muy mala -o esté pésimamente contada- no vaya a ser que la última escena revele una intención. Recientemente vi dos filmes que no dejan de pasear por mi cabeza: Caché, de Michael Haneke (al que pertenece la foto), y Baixio das bestas, de Cláudio Assis. El primero en el calor del hogar y el segundo en el 39° Festival de Cine Brasilero que anualmente se realiza en Brasilia. Si hablo de ellos, en conjunto, es porque ambos me dejaron una sensación similar de rechazo a la violencia. Algo sucede conmigo que tolero cada vez menos (y con menos estómago) escenas de violencia -menos si involucra mujeres.

I. La culpa como problema filosófico
En apariencia, Caché termina y deja al espectador con la sensación de que nada pasó. Si fuese tan simple, ¿por qué vuelvo y vuelvo instintivamente a la historia? Creo acertar cuando pienso que se debe a la violencia digerida y convenida que el filme revela. En el fondo Caché es la evidencia de los “brotes” de revancha, de reclamo y de rabia por la reciprocidad negada. Daniel Auteuil encarna -con su desenvoltura simple y pulcra- al periodista y conductor de un programa de libros de la televisión francesa. En el acto viene a la mente la referencia de Bernard Pivot. Juliette Binoche, que hace las veces de esposa de Auteuil y trabaja en una empresa editora, completa la dupla de la representación natural y transparente. Mas… ¿qué es lo que la historia realmente transparenta?

Las tensiones parten del asedio -en formato audiovisual- que sufre Georges, el personaje de Auteuil. ¿A qué responde ese acoso? ¿Por qué se presenta en “formato televisivo”? El asedio responde primero a un desagradable episodio de infancia, a un momento de franca maldad inflingido sobre un prójimo diferente a mí y por tanto sin mis derechos (en el caso de la película, un inmigrante argelino y huérfano). Más adelante, a una revancha, al cobro de una deuda emocional. No hace falta mucho para que Georges deduzca el posible responsable del disgusto (los videos y dibujos macabros, siempre anónimos, que llegan a su puerta).

En el presente adulto, la figura televisiva busca al adulto argelino de su episodio de infancia sin indagar en las razones que lo pueden estar llevando a manifestar ese odio residual. Sin pedir disculpas por la fragua de una trampa que eliminó del mapa (del argelino) un futuro promisorio para el inmigrante (en suelo francés, afiliado a una familia francesa). En lugar de buscar la reconciliación o el diálogo, en lugar de ponerse en lo zapatos de un otro lastimado (rabiado, humillado), Georges escurre la culpa achacándole el episodio a la "inocencia" de la infancia, denuncia al causante ante la policía e impone una normalidad basada en la negación para encapuchar la realidad (de la negación surge las discusiones con la esposa). Caché termina con la antiquísima moraleja de que a cada siembra le corresponde una cosecha. ¿Cuándo nos vamos a dar cuenta de que la necesidad de encarar nuestros actos? ¿Cuándo nos vamos a dar cuenta de que inflingimos dolor? ¿Cruzamos los brazos ante esa interferencia? ¿Tomamos unos comprimidos para dormir, negar la realidad y ver si todo vuelve a la “normalidad”? ¿Qué normalidad? ¿Existe transmutación para la culpa? ¿Qué hacemos con la culpa?

II. La rabia que genera el abandono
Con el largometraje pernambucano Baixio das bestas sucede algo distinto. El tema es bastante menos filosófico y la violencia -elocuente- se muestra en primera plana y con titulares de largo a largo. Las acciones tanscurren en un caserío seco del interior de Pernambuco. La fuente de trabajo es el cañaveral, la lanza que se exprime y el jugo que se bebe a la menor de las torciones. Una botella de cachaça da para conversar, para superar el calor, para ahogar patológicamente tarántulas y bichos. Para sobrevivir día tras día.

La historia coloca el dedo sobre las llagas de la insensibilidad absoluta. Cada cuadro de la película lleva a sentir el suplicio del deterioro: las reparaciones de las casas; los seres que -violentados- caen; el cuerpo de una niña vulgarmente expuesto para que la masculinidad del pueblo se masturbe; el abuelo que al mismo tiempo es padre de esa niña “devorada”; el incendio que consume el cañaveral y el final, inevitable, de la protagonista. En mitad de este cuadro se celebra el carnaval con un maracatú rural. Antes y después hay tiros. Unos a la ligera y otros direccionados. Muerte. Apatía. Beneficio carnal y delito. Ni siquiera la lluvia consigue apagar el ardor de aquel abandono. De ahí proviene la furia, la rabia aparentemente apacible que se derrapa con el alcohol. Hay droga, prostitución dura y bajeza. La violencia es majaderamente aplaudida. Con descaro. Cínica. Asesina. Criminal.

III. Rascar donde duele
Lo que me hace unir las dos historias es la noción de revancha, la rabia que brota del abandono, del letargo. La insensibilidad, la falta de solidaridad. Dejé la sala descorazonada, sin poder decir si el filme me gustó o no me gustó porque no era el valor estético lo que estaba en juego. No era eso lo que merecía mi atención. Tiendo a pensar que Baixio das bestas es un buen filme porque coloca en un espejo enorme el mosaico de una realidad frecuentemente desatendida y abandonada a la buena de Dios (no en vano fue la película ganadora del Festival de Cine de Brasilia). Una tierra de nadie sin posibilidad de salvación porque justamente a nadie parece importarle esa realidad. A Cláudio Assis le importa, parece que le duele. Por eso traduce en imágenes las cicatrices.

A pesar de compartir la desazón, no consigo procesar la violencia brutal. No consigo (ni quiero, ni me interesa) convertirla en algo potable. No la digiero. Ni siquiera en la televisión. No la digiero en cortos, ni en animaciones. No lo conseguí en su momento con Natural born killers y es poco probable que lo logre ahora. Cutáneamente -lo que me queda- es un rechazo apremiante a cualquier tipo de violencia, de fanatismo, de saña, de resentimiento colectivo, de salvajismo, de canibalismo. Michael Haneke lo dice mejor al comienzo de esta reflexión: “El papel del cineasta (y probablemente el de todo ser que cuestione su entorno, agrego yo) es rascar donde duele. De ahí a que sea plancentero, no, (eso) sería perverso”.

Caracas favelada

Caracas

Vista desde el cielo, la capital venezolana no es lo que muestra la prensa. Ni lo que deja ver la tele. Menos lo que taquigráficamente vemos al recorrerla. Caracas cenital -una impresionante obra publicada por la Fundación para la Cultura Urbana en 2004- actualiza el mapa de la ciudad y asoma -con evidencias- el de una urbe demarcada por la improvisación licenciosa y la superpoblación forjada

Quien delimita la plebe urbana no es una instancia humana, ni divina. Son factores anónimos, la conjunción de los mercados nacional e internacional, la naturaleza del suelo, la momentánea imposibilidad de ciertos terrenos para la especulación inmobiliaria, el clima, las condiciones de transporte. En el caso de los ghettos brasileños es difícil llamar a su población de minorías, ya que ella se eleva a millones de personas conformando parte expresiva de la población. Berthold Zilly (revista Tempo brasileiro, Nº 132)

¿Cuál es la parte expresiva de la capital venezolana? Hojeo Caracas cenital una y otra vez, y me pregunto -a sabiendas de que no soy la excepción- cómo viví 28 años en una ciudad, al margen de tantos y tan distintos trayectos. Siempre estuvieron allí estos trechos, estos barrios. Pero, ¿dónde está documentado -fuera del artículo del día, el aniversario de un sector o la fecha patria- el desarrollo de esta población? ¿Por qué son contadas las iniciativas -fuera de la disciplina arquitectónica- que han hecho constar enfáticamente la realidad de estas comunidades? Me viene a la mente Ciudad Bolívar, de Arturo Alape. O la historia de ese libro y de ese barrio, en boca del propio autor. Sigo pasando las inmensas páginas de Caracas cenital -coeditado por la Fundación Para la Cultura Urbana, Econoinvest y ChevronTexaco Latinoamérica- y me pregunto cómo tantos caraqueños caminamos exentos de nosotros mismos, de nuestros parceros.

Del epígrafe de Berthold Zilly -filólogo, brasilianista y profesor del Instituto Latinoamericano de la Universidad Libre de Berlín- que inicia este breve artículo, me quedo con la frase “parte expresiva de la población”. Y me vuelvo a preguntar: ¿cuál es la parte expresiva de la capital venezolana? Según Caracas cenital -y según la vista aérea del fotógrafo Nicola Rocco-, la respuesta está en nuestras favelas. Primero: porque numéricamente la Gran Caracas es la ciudad con mayor densidad poblacional (5.014,6 habitantes por kilómetro cuadrado), en comparación con Bogotá, Buenos Aires, Ciudad de México, Río de Janeiro, Sao Paulo y Santiago de Chile, todas capitales de mucha mayor población y extensión (el ejercicio lo propone el arquitecto venezolano Marco Negrón, en el artículo que da comienzo al libro). Segundo: porque la población de escasos recursos, aunque suene paradójico, es cada vez menos escasa (hace rato que esa población, ni tan periférica, se expresa en millones). Y tercero: porque el latón y las construcciones al garete (además de las señas monumentales de viabilidad) se encumbran como la principal evidencia de la investigación.

Con este libro asistimos al comienzo de un reconocimiento. A la aceptación de una ciudad cuyos paisajes se han ido quedando fuera de los mapas. Difícil olvidar la vista de Bogotá desde el piso 50 de la Torre Colpatria, en la calle 26 con carrera 7ª. Difícil porque más de la mitad de la periferia montañosa que desde allí se observa, empapelada con pequeños techos, simplemente no aparece en el mapa (fechado hace no más de 10 años) que está en una de las paredes del cafetín de la Torre. Algo similar ocurre con Caracas: caminamos por sus calles, hurgamos sus recovecos y desandamos su Metro, en la completa ignorancia. Sabemos que fuera de estas visiones, lamentablemente parciales, hay otro mapa lleno de trechos y trayectos innumerables. Tal vez un día de estos valga la penar explorarlos.

NR1: este artículo fue publicado originalmente en la revista "ExtraCámara" con el título "Las favelas de Caracas" (Caracas, julio de 2005).

NR2: la foto que acompaña este texto es de Nicola Rocco y pertenece a la serie "Caracas cenital".

miércoles, agosto 16, 2006

Entrevista con Marco Negrón

Las ciudades se erigen sobre la calidad de sus ciudadanos


Marco Negrón

"La cosa humana por excelencia. Controversias sobre la ciudad" -título Nº 17 de la Fundación para la Cultura Urbana- agrupa una muestra de los ensayos publicados por Marco Negrón, en tres diarios venezolanos. En este diálogo, el arquitecto y Profesor Titular de la Universidad Central de Venezuela ahonda en lo sucedido con el entorno urbano de Caracas en los últimos años; afronta la tesis errónea de la macrocefalia de la ciudad y sustituye, con fundamento histórico, la idea de una capital superpoblada por la de una ciudad deficientemente manejada.

CEntrevista a Marco Negrónuando le preguntan -y en vista de la fuerza de los trazos-, Marco Negrón revive el recorrido de un hermoso cuadro que ilumina la sala de su hogar. El autor de esa obra es el pintor español Ángel Luque, hombre que vivió algún tiempo en Venezuela, hasta que fue expulsado. Con reminiscencias del Guernica de Pablo Picasso, Luque ideó en 1965 una alegoría al Tío Sam, sosteniendo un caballo alado que -a su vez, no necesariamente- podría ser éste país. Aún en Venezuela en ese momento, Luque conjeturó la pintura desde el Cuartel San Carlos, adonde fue a parar por “exceso de solidaridad”. Hoy se desconoce su destino.

Por aquellos años, el mundo vivía bastante acontecido. Un coronel norteamericano -jefe de la misión militar norteamericana en Venezuela- fue secuestrado en territorio nacional cuando, al otro lado del mundo, sucedía la Guerra de Vietnam. La noticia -atribuida a la Fuerza Armada Nacional, según lo que Marco Negrón recuerda de las informaciones de la época- mencionaba el asunto, dejando colar varias críticas. Vietnam del Sur había capturado, a mediados de los años sesenta del siglo XX, a un representante del Vietcong cuya vida corría peligro. En señal de solidaridad, las fuerzas del orden nacional hicieron lo mismo con el coronel norteamericano que se encontraba en Venezuela y propusieron un intercambio con el representante del Vietcong.

En un lapso de tres días los responsables de la arbitrariedad (en Venezuela) fueron ubicados. Los responsables apresados y posteriormente expulsados del país. El coronel norteamericano -está claro- quedó en libertad. Lejos de la anécdota -nada tonta, nada obvia-, el cuadro pone a la vista un tema que para muchos continúa vigente. Porque el país y las ciudades siempre están vigentes. De allí la pregunta (a Marco Negrón, estudioso de lo urbano en Venezuela) por los cambios más evidentes de las urbes venezolanas en el período del que habla La cosa humana por excelencia. Controversias sobre la ciudad. Un libro publicado en el año 2004 (por la Fundación para la Cultura Urbana), que recopila ensayos breves sobre asuntos que atañen a todo venezolano que se respete.

Mitos y más mitos
-¿Qué ha sucedido con Caracas en las últimas cuatro décadas, tomando en cuenta que usted egresó de la Universidad Central de Venezuela en 1961?

-Estuve fuera del país entre 1963 y 1969, pero el tema de las ciudades siempre me ha preocupado y mis textos siempre han sido críticos. Antes y ahora. Los gobiernos que se instalan en Venezuela a raíz del reestablecimiento de la democracia, en 1958, han cometido un error sistemático con la ciudad: desde temprano se creó la idea -particularmente entre las altas esferas de gobierno- de que Caracas era una ciudad demasiado grande. Es lo que algunos llaman macrocefalia: un cuerpo débil (el resto de Venezuela) con una cabeza muy grande (la capital). Caracas tuvo un crecimiento fuerte en los años cuarenta y setenta, como todas las ciudades latinoamericanas. En Venezuela se implantó con fuerza la idea de que los problemas de las ciudades se resolvían impidiendo que éstas crecieran, impidiendo que la gente migrara del campo a la ciudad. Una idea común en la América Latina de los años setenta.
-Esa fue la solución del momento.
-Era lo que se pensaba. La gran preocupación de los planificadores urbanos era frenar el crecimiento de las llamadas grandes ciudades. Caracas nunca ha sido una ciudad grande. No lo es hoy. Para el censo de 2001 -el más reciente- lo que la Oficina Metropolitana de Planeamiento Urbano (OMPU) define como área metropolitana de Caracas no llega a 3.000.000 de habitantes. OMPU desapareció como consecuencia de un error de Enrique Mendoza y Claudio Fermín, apenas fueron electos alcaldes. OMPU se creó en 1960 y -paradójicamente- cuando empieza a consolidarse la descentralización -y se eligen los dos primeros alcaldes de Caracas- se liquida la oficina que tenía además un nivel técnico muy satisfactorio. Aunque la población creció rápido (sobre el 5% anual, una cifra alta en cualquier parte del mundo), hoy no llega a los 3.000.000 de habitantes.

Ni pizca de colonialismo interno
-Fuera del censo de 2001, ¿cómo saber si el dato de la cantidad de habitantes de Caracas es confiable, menor o mayor?
-Por imperfectas que sean, las cifras del censo son las más confiables. Caracas no se ha expandido significativamente. Lo que ha crecido más -sin ser alarmante el tamaño- es los Valles del Tuy. Caracas no es una ciudad grande. En América Latina la superan en tamaño varias capitales provinciales. Caracas es más pequeña que Santiago de Chile, y Chile es un país más pequeño que Venezuela. Chile tiene 15 ó 16 millones de habitantes, contra 23 ó 24 millones de Venezuela. Santiago tiene más de 5.000.000 de habitantes y Caracas va por los 3.000.000. Se aducía que el tamaño excesivo era una causa de atraso. Que el crecimiento excesivo de la capital atrofiaba el desarrollo del resto del país. En esa época se manejó la tesis del colonialismo interno: la ciudad principal coloniza a la provincia y la expropia de sus riquezas.
-La misma práctica de las potencias mundiales que expropiaban a países con menos recursos.
-Sólo que en el caso venezolano esto es particularmente falso. Porque la economía venezolana no se apoya en el desarrollo de la producción interna, sino en la apropiación de una renta petrolera que se genera afuera. Paradójicamente si a alguien explota Venezuela es a los países capitalistas más desarrollados, no a su provincia. Los gobiernos que se instalan a partir de 1958 hacen un esfuerzo por distribuir la renta hacia la provincia. El ejemplo más visible es el proyecto de Guayana. Una inversión industrial y urbana gigantesca en el sur de Venezuela. El gobierno nacional pagó el Puente Rafael Urdaneta, que integra a Maracaibo con el resto del país. El Puente sobre el Orinoco. Los sistemas de riego. La tesis del colonialismo interno es deleznable en Venezuela. No existe: por la procedencia de nuestra riqueza y porque el Estado ha hecho una inversión enorme hacia la provincia.
-Entonces Caracas no está superpoblada.
-Caracas no está saturada sino mal manejada. Eso es otro problema. Los cinco municipios que conocemos admiten más población. Entre los años sesenta y setenta, la población de Caracas creció aproximadamente un 25%. La inversión del Banco Obrero en la capital fue apenas el 16% de su inversión total, pues invertía más en la provincia pese al crecimiento de la capital. Entre los años sesenta y 2000, dos tercios de la nueva población caraqueña se instaló en la ciudad informal, porque no había construcción de ciudad para esa población. La primera manifestación formal que encontré de esa visión está en la Ley de Reforma Agraria (1960). En la Exposición de Motivos una de las razones que se aduce para implementarla es frenar el éxodo del campo a la ciudad. Esto refleja una incomprensión de cómo mejoran las condiciones económicas en el campo. Invertir en el campo es liberar mano de obra. La forma de modernizar el campo atrasado es mecanizándolo, sustituyendo los bueyes por máquinas. ¿Consecuencia? Se genera una mano de obra excedente que termina viniéndose a la ciudad. Pero el ingreso a la ciudad se le impidió a la población. Esta ideología fue muy fuerte en América Latina, particularmente en los años setenta. Sostenida por autores como Manuel Castells o Aníbal Quijano. Compartí esa visión hasta que me di cuenta de los errores. El Cendes tuvo un rol importante a la hora de entender el problema territorial. El V Plan de la Nación acoge esta idea y establece una política territorial que decide no permitir la instalación de más industrias en Caracas. No crear incentivos para el desarrollo de las ciudades del centro (Maracay y Valencia) y afianzar las “áreas prioritarias de desarrollo” (Maracaibo, Barquisimeto, Barcelona, Puerto La Cruz, Ciudad Bolívar-Ciudad Guayana y San Cristóbal).

Arquitectos que no creen en milagros
-¿Esto explicaría lo sucedido con las ciudades venezolanas?
-En parte. Pese a que el crecimiento fue mucho menor de lo que se estimaba, en los años setenta el OMPU proyectó para Caracas más de 5.000.000 de habitantes (para 2001). Nos quedamos como en 2.800.000, casi la mitad de lo que se había proyectado. Una buena política urbana, que sobreestimase el crecimiento poblacional, debía resolver los problemas básicos de la ciudad. Si estás planificando para una ciudad de 5.000.000 y quedamos en 2.800.000, los problemas debían resolverse. No se resolvieron porque se hizo el pronóstico y no hubo políticas que permitieran actuar. Caracas, lamentablemente, no ha tenido políticas urbanas. Entre 1960 y 1989 tuvo el OMPU, una oficina sin capacidad ejecutiva. Sólo ellos implementaban políticas de diagnóstico y planeamiento urbano. La mayor parte de las intervenciones sobre Caracas han sido hechas por el gobierno central. De las recientes puedo mencionar el Metro de Caracas, Parque Central, el Teatro Teresa Carreño y el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas. Todas iniciativas del gobierno central. ¿Cuáles son las iniciativas de los gobiernos locales? Tenemos 15 años de gobiernos municipales, sin obra. Estos artículos están escritos entre 1999 y 2003. Regresé a la prensa cuando Teodoro Petkoff me llamó para colaborar con El Mundo. En 1994 estuve en Bogotá (Caracas estaba menos mal que ahora) y me impresionó el caos de transporte, la miseria, los niños en la calle, los indigentes durmiendo en las aceras. Cuando regresé en 1999 quedé en shock. Aquella ciudad había cambiado casi milagrosamente. Aunque yo no creo en milagros.
-¿Y qué pasó con Caracas en esos cinco años?
-Nosotros (el arquitecto incluye a algunos abogados expertos en derecho urbanístico y al equipo que participó en la propuesta que dio como resultado la Ley del Distrito Metropolitano, ante la Asamblea Constituyente) creemos que la ley, unida al clima político, contribuyó a agravar el fraccionamiento de la ciudad.
-¿Qué elementos tiene para hacer esta afirmación?
-Cuando se crea la figura del Alcalde Metropolitano y se le atribuyen las mismas competencias de los alcaldes municipales, se produce un enfrentamiento porque los unos no quieren que los otros se entrometan en sus labores. Cada municipio trata de hacer lo que puede por cuenta propia. El que ha tenido más éxito es Chacao. El que está peor es Libertador, uno muy difícil. Creo que el Alcalde de Libertador es un irresponsable cuando manifiesta no haberse dedicado al municipio por estar haciendo la revolución. Eso sólo puede ser cinismo. Los problemas de Caracas se han agravado, no ha sucedido lo mismo en otras ciudades.

Caracas en camilla
-¿Eso podría significar que el motor del país no son sus recursos naturales sino sus ciudades?
-Los centros de generación de conocimiento, las universidades, están en las ciudades. Primero porque es el sitio de convivencia de profesionales con distintas experiencias. Segundo porque allí se desarrollan las grandes investigaciones. La revista América Economía hace un estudio anual que determina “la mejor ciudad para hacer negocios en América Latina”. El estudio es un análisis de la calidad de vida de las ciudades, las condiciones que se ofrecen a los inversionistas y las ventajas de la ciudad. En el último informe Caracas está en el puesto 35, detrás de ciudades como San Salvador (más pequeña y recién salida de una guerra civil). En las primeras 10 ciudades hay siempre unas 6 brasileras, desde San Pablo hasta Curitiba.
-¿A qué atribuye el éxito brasilero?
-Esas ciudades concentran aproximadamente el 65% de lo que llaman las “incubadores de empresas”, los parques tecnológicos donde se generan nuevos proyectos e inversiones. Esas 6 ciudades dominan el panorama latinoamericano en esa área. No sé si hay relación directa, pero es curioso. Nuestras autoridades -ni nacionales, ni municipales- se preocupan por estos temas. ¿Cómo se recupera la economía de una ciudad? Si para recuperar el espacio público, garantizar la recolección de la basura y garantizar la seguridad se tiene que generar riqueza, ¿por qué nadie está pensando en generar riqueza? ¿Por qué el Alcalde de Libertador consiente que los tribunales se muden al municipio Chacao, cuando esto representa una pérdida desde el punto de vista económico? ¡Los tribunales se estarían mudando del municipio más pobre al municipio más rico! Una ciudad crece sobre la base de la calidad de sus ciudadanos, pero se requiere apoyo de las autoridades. En Caracas tuvimos la experiencia de Catuche, presentada en la Conferencia Hábitat II de Estambul, entre los mejores ejemplos en el mundo (una iniciativa de la comunidad, actualmente abandonada). Esto es una diferencia importante con la experiencia de Bogotá, donde existe una continuidad de gestión.
-Ante esta situación, ¿qué está sucediendo acá con la ciudadanía?
-No saber manejar los problemas y perpetuar la situación es un cóctel mortal. El conuco es la forma más primitiva de producción y de sociedad. Las personas que trabajan sus conucos invierten todo su tiempo produciendo lo que necesitan. No tienen tiempo para pensar en otra cosa que la subsistencia. Es una involución al siglo XIX venezolano. Ojalá fuera al siglo XIX alemán.
-En este momento parece haber un interés por el debate de los temas urbanos. Sin embargo, ante los descuidos que sufre Caracas, los resultados de este interés no trascienden. ¿El interés por lo urbano es una moda o un avance?
-Se están atendiendo mucho los temas de ciudad. Si en un clima como éste, donde el centro es la diatriba política, se presenta el Acuerdo de Gobernabilidad para la Recuperación de Caracas (público desde el 23 de julio de 2004, dos días antes del cumpleaños de Caracas) y la gente se interesa en el tema, entonces hay preocupación. La responsabilidad está -primero- en las autoridades, y luego en los medios y la gente. Lamentablemente no se entiende el problema; que no es un gobernador, un presidente o un diputado. Es un asunto de solución de conflictos, de recuperación del espacio público. Estuve en Bogotá a principios de este año (Antanas Mockus salía de la Alcaldía Mayor de Bogotá y Lucho Garzón estaba por asumirla). Yo vi cómo Garzón le pidió a los colaboradores de Mockus que siguieran con él. Garzón reconoció la competencia técnica del personal de Mockus y los absorbió. Aquí tenemos estupendos recursos calificados. Este libro tiene como subtítulo Controversias sobre la ciudad casi irónicamente, porque no hay controversia sobre la ciudad. Hay una visión superficial de las cosas, pero eso pasa con todo. No todos tienen tiempo, interés o información para profundizar. La profundidad se puede lograr en el ambiente académico.

De comiquita
-Finalmente, ¿tiene o no tiene repercusión el acto reflexivo sobre la conciencia ciudadana?
-¿Cómo le pides buen comportamiento a un ciudadano, cuando el tráfico es un caos? Aunque yo no lo acepte, se puede entender por qué alguien pasa la luz roja del semáforo. En la esquina donde vivo los conductores van en contravía de manera casi suicida, para evitar una vuelta más larga. Se usa el semáforo peatonal para cometer infracciones. Parece de comiquita. Esto lo hace hasta la policía. Llegué a discutir con una funcionaria de la Policía de Baruta porque yo venía con mi nieta en el coche y sobre la acera se había estacionado una patrulla móvil, bloqueando el paso. La señora no entendió el reclamo. Tenemos que ser capaces de llamarnos la atención amablemente. Lo decía Antanas Mockus en su última visita a Caracas. Con autoridades que no cumplen, es una quimera pedir responsabilidad a los ciudadanos.
-En “La calle urbana”, uno de sus ensayos, expresa una fuerte preocupación por la relación acera-calzada. Dice que la solución para que la una no invada a la otra, es la mezcla de un tráfico automotor domesticado, con flujos peatonales que dispongan de espacios generosos y prioritarios sobre los vehículos. ¿Se atrevería a hacer una radiografía del peatón venezolano?
-El peatón venezolano es maleducado y no es de gratis. Como el conductor abusa, el peatón abusa. Es como la historia del señor que llega a Caracas, por Maiquetía, el taxi lo lleva, va de noche y el turista ve que el taxista no respeta la luz roja. Llegan a una luz verde, el taxista se detiene y el turista pregunta si aquí la norma es al revés. El taxista le responde: “¡Ajá! ¿Y si viene un loco, se come la luz roja y me choca?”. Aquí ir a pie es ser ciudadano de segunda. Las autoridades han subestimado al peatón. Nadie protesta porque un carro esté sobre la acera. Pero si alguien saca una mesa, se busca unos amigos y comienza una partida de dominó (sobre la misma acera), se arma la de Dios es Padre. Hace poco los bomberos registraron una gran cantidad de atropellamientos en el Centro de Caracas, porque los vendedores ambulantes ocuparon las aceras. ¿A quién le importa eso? Al ciudadano le corresponde pensar bien la elección de sus autoridades. No se puede permitir que la patrulla de policía se estacione en la acera. Pero esto a nadie le importa.

NR: Entrevista publicada en el suplemento Papel Literario del diario El Nacional.

martes, agosto 15, 2006

San Antonio (Trujillo) de los Altos

Edmundo Díaz González y Pastora Herminia. 1930

Quienes tienen parentela en el interior del país, saben que es imposible salir de casa sin el riguroso intercambio sagrado: previo a la batida de puertas y el tintinear de los móviles que cuelgan en el zaguán, cuando alguien pronuncia la frase “écheme la bendición”, alguna vieja santa –la que en ese momento vela por esa casa y por esa gente– olvida arepas, deja budares, salta muebles, trastabilla escalones, omite misas y alcanza el portón a como dé lugar, tan sólo para vocear: “Dios me la bendiga y me la favorezca y la Virgen me la acompañe y me la cuide”.

En un sábado como éste, la abuela regresaría al fogón (no tan rápido, “gracias al Santísimo ya todos se fueron y bien comiditos”), cubriría con un trapo limpio las telitas restantes, las dejaría sobre el tope de la cocina, colocaría las llaves sobre el tinajero, llegaría hasta la sala y antes de emprender cualquier otra actividad, rezaría –por lo bajito– un rosario. La abuela sabe que los sábados son días de “misterios gloriosos” y que le corresponden los mismos rezos de miércoles y domingos. Recuerda, porque lo decía su madre, que muchas oraciones son peligrosas. Sabe que Lucas Martínez Martínez, comunero de San Antonio, fue advertido por su padre. Y reconoce que las advertencias tienen árbol genealógico, que se siembran en la tierra.

Yo iba por un camino/me encontré con Jesucristo/Jesucristo es mi padre/Santa María es mi madre/los Ángeles mis hermanos/me tomaron una mano/y me llevaron a una fuente/cruz en mano cruz enfrente/cosa mala no me encuentre/hombre vivo mal peligro/hombre muerto buen acierto/el que bendició (sic) el cáliz/en la noche de la cena/bendiga esta casa/y el que habite en ella. “Estas oraciones las aprendí por papá. Él sabía muchas oraciones, ésas son oraciones sencillas, las que sabía mi abuelo Francisco Martínez eran oraciones buenas, pero más fuertes. Uno le decía ‘papá, enséñame esas oraciones’. ‘Tú no puedes saber esas oraciones mucho, tú eres muy nervioso y puedes matar a cualquiera con una de esas’; el tipo era apretado, él sabía, eran tipos que no sabían firmar, leer ni escribir. La fuerza de una oración es justamente Dios y la Virgen, porque si tú crees en Dios y la Virgen y en el Espíritu Santo a ti no te entra ni mosquito, yo sé esas oraciones y a mí no han podido embromarme (...).Con esta oración usted tranca su casa, no le cae nada malo”.

Más que cuento, la anécdota de Lucas Martínez Martínez es apenas una de las 24 historias que el escritor y carpintero Antonio Trujillo recoge en Testimonios de la niebla. Voces de los altos mirandinos. Presentado en noviembre de 2001 y editado por la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello, el volumen reconstruye –a través de recuerdos, vida y milagros de los comuneros– un pasado del que hoy, enfáticamente, vale la pena enterarse.

Son relatos de aparecidos; hombres benditos con “sombreros agarrabalas”; contrastes entre la marea de la ciudad y la niebla de la montaña; récipes naturales (para la culebrilla, un buen rezo con yerbamora); historias cruzadas de los Altos de Yeguas y Quintana, de Pipe, Los Teques, el camino antiguo de San Diego, El Resbalón, la Cortada de Maturín, la quebrada de Los Desamparados, Saguareque o la Vuelta de Los Manfos. Son voces que pueblan páginas y que Trujillo hace llegar a la gente (como cronista municipal de San Antonio de los Altos), luego de un prólogo-fábula, tiernamente argumentado: “Debajo de las nieblas vivían las voces, en la única y múltiple boca de los labriegos, y allí estaban ellos, ágrafos y sabios, esperando la pregunta, esa lluvia que desborda el pasado. Así fui entrando a otra historia, una historia a veces antigua y otra recién venida por el furor imaginativo de los interlocutores, a quienes, una vez sobre las palabras, era imposible alcanzar”.

NR1: columna publicada en el suplemento Papel Literario del diario El Nacional, el sábado 21 de septiembre de 2002.

NR2: en la foto (tomada del libro: Testimonios dela niebla), Edmundo Díaz González y Pastora Herminia (1930).