"El papel del cineasta es rascar donde duele,
desvelar lo que no se quiere saber ni ver. Pero
de ahí a que sea placentero, no… sería perverso".
Michael Haneke (http://www.golem.es/cache/director.php)
desvelar lo que no se quiere saber ni ver. Pero
de ahí a que sea placentero, no… sería perverso".
Michael Haneke (http://www.golem.es/cache/director.php)
Soy una cinéfila entusiasta. Una de esas personas que no abandona la sala de cine aunque la historia sea muy mala -o esté pésimamente contada- no vaya a ser que la última escena revele una intención. Recientemente vi dos filmes que no dejan de pasear por mi cabeza: Caché, de Michael Haneke (al que pertenece la foto), y Baixio das bestas, de Cláudio Assis. El primero en el calor del hogar y el segundo en el 39° Festival de Cine Brasilero que anualmente se realiza en Brasilia. Si hablo de ellos, en conjunto, es porque ambos me dejaron una sensación similar de rechazo a la violencia. Algo sucede conmigo que tolero cada vez menos (y con menos estómago) escenas de violencia -menos si involucra mujeres.
I. La culpa como problema filosófico
En apariencia, Caché termina y deja al espectador con la sensación de que nada pasó. Si fuese tan simple, ¿por qué vuelvo y vuelvo instintivamente a la historia? Creo acertar cuando pienso que se debe a la violencia digerida y convenida que el filme revela. En el fondo Caché es la evidencia de los “brotes” de revancha, de reclamo y de rabia por la reciprocidad negada. Daniel Auteuil encarna -con su desenvoltura simple y pulcra- al periodista y conductor de un programa de libros de la televisión francesa. En el acto viene a la mente la referencia de Bernard Pivot. Juliette Binoche, que hace las veces de esposa de Auteuil y trabaja en una empresa editora, completa la dupla de la representación natural y transparente. Mas… ¿qué es lo que la historia realmente transparenta?
Las tensiones parten del asedio -en formato audiovisual- que sufre Georges, el personaje de Auteuil. ¿A qué responde ese acoso? ¿Por qué se presenta en “formato televisivo”? El asedio responde primero a un desagradable episodio de infancia, a un momento de franca maldad inflingido sobre un prójimo diferente a mí y por tanto sin mis derechos (en el caso de la película, un inmigrante argelino y huérfano). Más adelante, a una revancha, al cobro de una deuda emocional. No hace falta mucho para que Georges deduzca el posible responsable del disgusto (los videos y dibujos macabros, siempre anónimos, que llegan a su puerta).
En el presente adulto, la figura televisiva busca al adulto argelino de su episodio de infancia sin indagar en las razones que lo pueden estar llevando a manifestar ese odio residual. Sin pedir disculpas por la fragua de una trampa que eliminó del mapa (del argelino) un futuro promisorio para el inmigrante (en suelo francés, afiliado a una familia francesa). En lugar de buscar la reconciliación o el diálogo, en lugar de ponerse en lo zapatos de un otro lastimado (rabiado, humillado), Georges escurre la culpa achacándole el episodio a la "inocencia" de la infancia, denuncia al causante ante la policía e impone una normalidad basada en la negación para encapuchar la realidad (de la negación surge las discusiones con la esposa). Caché termina con la antiquísima moraleja de que a cada siembra le corresponde una cosecha. ¿Cuándo nos vamos a dar cuenta de que la necesidad de encarar nuestros actos? ¿Cuándo nos vamos a dar cuenta de que inflingimos dolor? ¿Cruzamos los brazos ante esa interferencia? ¿Tomamos unos comprimidos para dormir, negar la realidad y ver si todo vuelve a la “normalidad”? ¿Qué normalidad? ¿Existe transmutación para la culpa? ¿Qué hacemos con la culpa?
II. La rabia que genera el abandono
Con el largometraje pernambucano Baixio das bestas sucede algo distinto. El tema es bastante menos filosófico y la violencia -elocuente- se muestra en primera plana y con titulares de largo a largo. Las acciones tanscurren en un caserío seco del interior de Pernambuco. La fuente de trabajo es el cañaveral, la lanza que se exprime y el jugo que se bebe a la menor de las torciones. Una botella de cachaça da para conversar, para superar el calor, para ahogar patológicamente tarántulas y bichos. Para sobrevivir día tras día.
La historia coloca el dedo sobre las llagas de la insensibilidad absoluta. Cada cuadro de la película lleva a sentir el suplicio del deterioro: las reparaciones de las casas; los seres que -violentados- caen; el cuerpo de una niña vulgarmente expuesto para que la masculinidad del pueblo se masturbe; el abuelo que al mismo tiempo es padre de esa niña “devorada”; el incendio que consume el cañaveral y el final, inevitable, de la protagonista. En mitad de este cuadro se celebra el carnaval con un maracatú rural. Antes y después hay tiros. Unos a la ligera y otros direccionados. Muerte. Apatía. Beneficio carnal y delito. Ni siquiera la lluvia consigue apagar el ardor de aquel abandono. De ahí proviene la furia, la rabia aparentemente apacible que se derrapa con el alcohol. Hay droga, prostitución dura y bajeza. La violencia es majaderamente aplaudida. Con descaro. Cínica. Asesina. Criminal.
III. Rascar donde duele
Lo que me hace unir las dos historias es la noción de revancha, la rabia que brota del abandono, del letargo. La insensibilidad, la falta de solidaridad. Dejé la sala descorazonada, sin poder decir si el filme me gustó o no me gustó porque no era el valor estético lo que estaba en juego. No era eso lo que merecía mi atención. Tiendo a pensar que Baixio das bestas es un buen filme porque coloca en un espejo enorme el mosaico de una realidad frecuentemente desatendida y abandonada a la buena de Dios (no en vano fue la película ganadora del Festival de Cine de Brasilia). Una tierra de nadie sin posibilidad de salvación porque justamente a nadie parece importarle esa realidad. A Cláudio Assis le importa, parece que le duele. Por eso traduce en imágenes las cicatrices.
A pesar de compartir la desazón, no consigo procesar la violencia brutal. No consigo (ni quiero, ni me interesa) convertirla en algo potable. No la digiero. Ni siquiera en la televisión. No la digiero en cortos, ni en animaciones. No lo conseguí en su momento con Natural born killers y es poco probable que lo logre ahora. Cutáneamente -lo que me queda- es un rechazo apremiante a cualquier tipo de violencia, de fanatismo, de saña, de resentimiento colectivo, de salvajismo, de canibalismo. Michael Haneke lo dice mejor al comienzo de esta reflexión: “El papel del cineasta (y probablemente el de todo ser que cuestione su entorno, agrego yo) es rascar donde duele. De ahí a que sea plancentero, no, (eso) sería perverso”.
I. La culpa como problema filosófico
En apariencia, Caché termina y deja al espectador con la sensación de que nada pasó. Si fuese tan simple, ¿por qué vuelvo y vuelvo instintivamente a la historia? Creo acertar cuando pienso que se debe a la violencia digerida y convenida que el filme revela. En el fondo Caché es la evidencia de los “brotes” de revancha, de reclamo y de rabia por la reciprocidad negada. Daniel Auteuil encarna -con su desenvoltura simple y pulcra- al periodista y conductor de un programa de libros de la televisión francesa. En el acto viene a la mente la referencia de Bernard Pivot. Juliette Binoche, que hace las veces de esposa de Auteuil y trabaja en una empresa editora, completa la dupla de la representación natural y transparente. Mas… ¿qué es lo que la historia realmente transparenta?
Las tensiones parten del asedio -en formato audiovisual- que sufre Georges, el personaje de Auteuil. ¿A qué responde ese acoso? ¿Por qué se presenta en “formato televisivo”? El asedio responde primero a un desagradable episodio de infancia, a un momento de franca maldad inflingido sobre un prójimo diferente a mí y por tanto sin mis derechos (en el caso de la película, un inmigrante argelino y huérfano). Más adelante, a una revancha, al cobro de una deuda emocional. No hace falta mucho para que Georges deduzca el posible responsable del disgusto (los videos y dibujos macabros, siempre anónimos, que llegan a su puerta).
En el presente adulto, la figura televisiva busca al adulto argelino de su episodio de infancia sin indagar en las razones que lo pueden estar llevando a manifestar ese odio residual. Sin pedir disculpas por la fragua de una trampa que eliminó del mapa (del argelino) un futuro promisorio para el inmigrante (en suelo francés, afiliado a una familia francesa). En lugar de buscar la reconciliación o el diálogo, en lugar de ponerse en lo zapatos de un otro lastimado (rabiado, humillado), Georges escurre la culpa achacándole el episodio a la "inocencia" de la infancia, denuncia al causante ante la policía e impone una normalidad basada en la negación para encapuchar la realidad (de la negación surge las discusiones con la esposa). Caché termina con la antiquísima moraleja de que a cada siembra le corresponde una cosecha. ¿Cuándo nos vamos a dar cuenta de que la necesidad de encarar nuestros actos? ¿Cuándo nos vamos a dar cuenta de que inflingimos dolor? ¿Cruzamos los brazos ante esa interferencia? ¿Tomamos unos comprimidos para dormir, negar la realidad y ver si todo vuelve a la “normalidad”? ¿Qué normalidad? ¿Existe transmutación para la culpa? ¿Qué hacemos con la culpa?
II. La rabia que genera el abandono
Con el largometraje pernambucano Baixio das bestas sucede algo distinto. El tema es bastante menos filosófico y la violencia -elocuente- se muestra en primera plana y con titulares de largo a largo. Las acciones tanscurren en un caserío seco del interior de Pernambuco. La fuente de trabajo es el cañaveral, la lanza que se exprime y el jugo que se bebe a la menor de las torciones. Una botella de cachaça da para conversar, para superar el calor, para ahogar patológicamente tarántulas y bichos. Para sobrevivir día tras día.
La historia coloca el dedo sobre las llagas de la insensibilidad absoluta. Cada cuadro de la película lleva a sentir el suplicio del deterioro: las reparaciones de las casas; los seres que -violentados- caen; el cuerpo de una niña vulgarmente expuesto para que la masculinidad del pueblo se masturbe; el abuelo que al mismo tiempo es padre de esa niña “devorada”; el incendio que consume el cañaveral y el final, inevitable, de la protagonista. En mitad de este cuadro se celebra el carnaval con un maracatú rural. Antes y después hay tiros. Unos a la ligera y otros direccionados. Muerte. Apatía. Beneficio carnal y delito. Ni siquiera la lluvia consigue apagar el ardor de aquel abandono. De ahí proviene la furia, la rabia aparentemente apacible que se derrapa con el alcohol. Hay droga, prostitución dura y bajeza. La violencia es majaderamente aplaudida. Con descaro. Cínica. Asesina. Criminal.
III. Rascar donde duele
Lo que me hace unir las dos historias es la noción de revancha, la rabia que brota del abandono, del letargo. La insensibilidad, la falta de solidaridad. Dejé la sala descorazonada, sin poder decir si el filme me gustó o no me gustó porque no era el valor estético lo que estaba en juego. No era eso lo que merecía mi atención. Tiendo a pensar que Baixio das bestas es un buen filme porque coloca en un espejo enorme el mosaico de una realidad frecuentemente desatendida y abandonada a la buena de Dios (no en vano fue la película ganadora del Festival de Cine de Brasilia). Una tierra de nadie sin posibilidad de salvación porque justamente a nadie parece importarle esa realidad. A Cláudio Assis le importa, parece que le duele. Por eso traduce en imágenes las cicatrices.
A pesar de compartir la desazón, no consigo procesar la violencia brutal. No consigo (ni quiero, ni me interesa) convertirla en algo potable. No la digiero. Ni siquiera en la televisión. No la digiero en cortos, ni en animaciones. No lo conseguí en su momento con Natural born killers y es poco probable que lo logre ahora. Cutáneamente -lo que me queda- es un rechazo apremiante a cualquier tipo de violencia, de fanatismo, de saña, de resentimiento colectivo, de salvajismo, de canibalismo. Michael Haneke lo dice mejor al comienzo de esta reflexión: “El papel del cineasta (y probablemente el de todo ser que cuestione su entorno, agrego yo) es rascar donde duele. De ahí a que sea plancentero, no, (eso) sería perverso”.